martes, 25 de octubre de 2011

Nota Foco, Puebla Setiembre: El efecto Fukuoka

Es un mes enteramente académico porque recordamos a los maestros, a los profesores y a los estudiantes, así en ese orden. El día del estudiante coincide con el cambio de estación, con el inicio de una etapa que se sucede gracias a ese recorrido realizado por la Tierra alrededor del Sol. El hacer un cóctel de todos estos conceptos me llevo a releer, con gusto y mucha satisfacción, un libro de Masanobu Fukuoka, un microbiólogo japonés y padre de la agricultura natural (también conocida como permacultura). Fallecido hace unos tres años y cuyo legado, de una revelación ancestral, resucita a los germinadores que supimos construir en nuestros años escolares.
Para los habitantes de estos lares, no es habitual crear una huerta orgánica en el patio de nuestros hogares. Al hacerlo estamos proponiendo otro tipo de cultura agrícola. Eso mismo; salvando las circunstancias, las latitudes y los hemisferios, es lo propuesto por Fukuoka.
En su libro, publicado en 1975, “La revolución de una brizna de paja” explica como renunció a su carrera de microbiólogo, trabajaba en la Aduana en Yokohama revisando las plantas que entraban y salían del país. Su trabajo era de filopatòlogo pues controlaba si portaban algún tipo de enfermedad. Teniendo 25 años decide renunciar por cuestionamientos ante ciertas inquietudes sobre la cultura moderna cuya comprensión del mundo pasaba (y pasa) por lo científico y entendiendo esto como límite sobre nuestra mirada de la naturaleza. Así es que regresa al campo de su familia (unas 0,6 hectáreas que se utiliza para el arroz y 6 ha para otros cultivos) y trata de poner en práctica una metodología de cultivo utilizada ancestralmente por los antiguos habitantes del Japón y abandonada cuando ingresa en el país la industria agropecuaria occidental con sus químicos, fertilizantes y pesticidas.
Fukuoka demostró que combinando producción de alimentos con un método natural, sin agroquímicos, ni maquinarias, ni combustibles fósiles, con herramientas básicas, sin labrar la tierra ni abonarla podía generar igual y hasta más altos rindes que otras tierras de otros labradores cuya forma de trabajo era, a la larga, nocivo por el daño a la tierra que producían. Larry Korn, quien prologa una de las ediciones de “La revolución…”dice que la diferencia fundamental es que el señor Fukuoka practica la agricultura cooperando con la naturaleza en lugar de “mejorarla” mediante su conquista. Por ejemplo, protegió sus cultivos con un trébol blanco sin necesidad de aplicar ningún herbicida químico. A pesar de la resistencia de su comunidad cuando comienza a cultivar (mediante bolitas de arcilla llenas de semillas) que arroja al boleo, y hasta el rechazo del Ministerio de Agricultura del Japón, que no podía entender el hecho de que no labrara ni fertilizara el suelo terminó demostrando que el arroz rendía mucho más con su método de cultivo. Tal es así que finalmente venció esa resistencia y terminó su campo en transformarse en una suerte de meca de la agricultura natural. Otras experiencias, denominadas permacultura, fueron realizadas por Bill Mollison y David Holmgren, ambos australianos, quienes tuvieron la oportunidad de cruzarse con Fukuoka. Su trabajo reconocido visitado por científicos, alumnos, profesionales, etc. Muchos ávidos por conocer su método se instalaron allí para aprender. A pesar de que el inicio de este artículo sea otro, reconozco que despierta muchos interrogantes sobre qué aprendemos, cómo aprendemos y qué enseñamos.
El libro para quien quiera profundizar al respecto se encuentra en Internet...espero que lo disfruten.

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