lunes, 27 de febrero de 2012

Foco Puebla: Enero 2012


Si de apocalipsis se trata parece que en el sorteo el 2012 se lleva todos los números. Las profecías se multiplican y sus niveles de interpretación se incrementan. Obviamente en esta ardua tarea de especular, interpretar, comprender y diagnosticar futuros posibles nos ayudan mucho los medios de comunicación, nos portan imágenes de catástrofes ambientales, de enfrentamientos interminables, de una ciudadanía exasperada por una clase dirigente pietista  y  confluyen en una tierra posible sin humanos fundamentadas en profecías mayas o las más conocidas de Nostradamus.
Quizás sea una exageración o no (crucemos los dedos) pero lo que sí emerge también en esto es un entramado de discursos que buscan establecer que está “forma” de vida posmoderna no nos llevará muy lejos. Está idea de prosperidad creciente, del avance o evolución de nuestras sociedades en un supuesto progreso material exclusivamente, de la supremacía de nuestra racionalidad sobre las leyes de la naturaleza y la armonía de una clase igualitaria de seres humanos en tanto física, psíquica y socialmente: no se han cumplido. Al contrario vemos solo el resultado de una lógica que se impone y es arrasadora en su trayecto de crecimiento. 
A este proceso económico tan antiguo se suman adelantos que modifican nuestra vida cotidiana: la aceleración de los tiempos,  la inmediatez virtual de los espacios geográficos, los avances tecnológicos, la magia de la microtecnologìa, etc.;  son fenómenos que conforman este proceso comunicativo, económico y cultural llamado  globalización. El aquí y ahora ¡ya!  Esto exige a hombres y mujeres una capacidad de adaptación muy distinta de hace unos cincuenta años atrás. Un ser pensado en una red que asocia producción y consumo. Un binomio sencillo de identificar.
Es con la industrialización que se fue plasmando una paulatina desconexión del hombre con su entorno natural y su tiempo (antes ligado a las estaciones del año). Los individuos se enfrentan a una carrera plagada de obstáculos donde el control del cronómetro determina nuestras existencias.
A fines de los ochenta, se inició un movimiento cuyo pilar ha sido la lentitud, el movimiento slow. Fue  producto de una reacción contestaría a los cambios alimentarios presentes en los locales de fast food, uno de ellos abierto en la Plaza España en Roma, en 1986, hecho por el cual  el periodista Carlo Petrini manifestara su preocupación. Esto sentó las bases del slow food, la defensa de los productos estacionales frescos y autóctonos obtenidos mediante un cultivo sostenible.  
No solo eso, han surgido las slow cities, ciudades que deben reunir ciertos requisitos para ser consideradas en esa nomenclatura y cuyo símbolo es un caracol naranja.  Se privilegian actividades y espacios de intercambio entre las personas, se evita la contaminación visual propia de nuestras urbes, además de productos autóctonos y cierta desaceleración de sus actividades comerciales. No se permiten anuncios de neón, ni supermercados, sino tiendas pequeñas. Los negocios cierran los domingos. Cualquier ciudad no puede considerarse una slow city, para ello deben postularse, ya hay 30 en Italia y 3 en Inglaterra y varias en lista de espera. 



Uno de los autores, considerado gurú de este movimiento, es Carl Honoré que escribió “Elogio de la lentitud”. Nacido en Edimburgo en 1968, periodista cuyos artículos se han publicado en The economist ,  criado en Canadá y radicado en Londres,  en su obra pondera la lentitud como búsqueda de ritmos de vida más humanos.  Probablemente ahora que desaceleramos en nuestra actividad, por la cuestión estival, es cuando consideramos esto como una alternativa a planificar a lo largo del año. En definitiva, y como decía una habitante slow, igual se trabaja como en cualquier otro lugar. Eso sí, con un criterio más sustentable y a largo plazo. Para pensar, ¿no?


http://movimientoslow.com


Prof. Mariana Thomsen

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